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Historia

Iglesia ortodoxa
Una de las tres grandes ramas del cristianismo. Esta Iglesia comparte una continuidad histórica con las comunidades cristianas del Mediterráneo oriental. Su gran expansión se debió a la labor de los grupos misioneros que viajaron por toda Europa del Este. La palabra ortodoxo (del griego, 'creencia correcta') implica una seguridad en relación con la fe apostólica. La Iglesia ortodoxa también ha establecido comunidades en Europa occidental, América y en épocas más recientes, en África y en Asia. La Iglesia cuenta con más de 320 millones de fieles repartidos por el mundo entero. Existen otros nombres con los que también se suele hacer referencia a esta Iglesia como Iglesia oriental, Iglesia griega o Iglesia greco-rusa.
Estructura y organización
La Iglesia ortodoxa constituye una comunidad de iglesias independientes. Cada una es autocéfala, es decir, gobernada por su propio obispo. Estas iglesias comparten la misma fe, los mismos principios de organización y política eclesiástica, y una misma tradición litúrgica. Lo único que varía en cada país es la lengua que se utiliza en el culto, y alguna que otra diferencia mínima. El obispo en jefe de cada iglesia se llama patriarca, metropolitano o arzobispo. Estos prelados son presidentes de los sínodos episcopales que, en cada iglesia, constituyen la más alta autoridad canónica, doctrinal y administrativa. Entre las distintas iglesias ortodoxas existe un orden de precedencia, que está más determinado por la historia de cada iglesia que por su fuerza numérica actual.
El patriarca de Constantinopla
Al patriarca de Constantinopla (actual Estambul) le corresponde el honor de tener una cierta primacía sobre las restantes, debido a la condición de capital del Imperio romano de Oriente o Imperio bizantino que la ciudad tuvo entre el 320 y 1453, cuando fue el centro del mundo cristiano de Oriente. Los derechos canónicos del patriarca de Constantinopla estaban definidos por los concilios de Constantinopla (381) y de Calcedonia (451). Durante el siglo VI, también asumió el título de patriarca ecuménico. Sin embargo, ni en el pasado ni en la actualidad, su autoridad se ha podido comparar con la que ejercía el papa en Occidente. El patriarca no posee poderes administrativos sobre su propio territorio o patriarcado ni tampoco se considera infalible. Su posición sólo constituye una primacía entre sus iguales. Las otras iglesias reconocen el papel que tiene en la preparación de consultas y concilios panortodoxos. Su autoridad se extiende sobre las pequeñas, y cada vez menos, comunidades griegas en Turquía, sobre las diócesis que existen en las islas griegas y al norte del país, sobre las numerosas comunidades griegas de Norte América, Centro y Sur América, Australia y Europa occidental y, por último, sobre la iglesia autónoma de Finlandia.
Otros antiguos patriarcados
Existen otros tres antiguos patriarcados ortodoxos que deben su alto rango a su distinguido pasado: Alejandría, en Egipto, Damasco en Siria (a pesar de que éste aún ostenta el antiguo título de patriarcado de Antioquía), y Jerusalén. Los patriarcas de Alejandría y de Jerusalén hablan griego; el patriarca de Antioquía está a la cabeza de una importante comunidad de árabes cristianos en Siria, Líbano e Irak.
La Iglesia ortodoxa rusa y otras
El patriarcado de Moscú y de todas las Rusias es, con mucho, la iglesia ortodoxa con mayor número de fieles. Después de la Revolución Rusa, tuvo que soportar un periodo muy difícil a causa de las persecuciones (1917). Ocupa el quinto lugar en la jerarquía de iglesias ortodoxas, seguida por el patriarcado de la república de Georgia, de Serbia, de Rumania y de Bulgaria. Las iglesias sin patriarca son, en este orden, los arzobispados de Chipre, Atenas y Tirana (se estableció en 1937 y fue suprimida durante el régimen comunista), como también los grupos metropolitanos de Polonia, la República Checa, Eslovaquia y de América.
Doctrina
La Iglesia ortodoxa, por medio de sus declaraciones doctrinales y de sus textos litúrgicos, sostiene firmemente que ella ostenta la fe cristiana original, fe que compartió con la Iglesia occidental durante el primer milenio de la era cristiana. Reconoce la autoridad de los concilios ecuménicos en los que ambas iglesias tenían representación unicolegial. Estos concilios fueron los de Nicea I (325), Constantinopla I (381), Éfeso (431), Calcedonia (451), Constantinopla II (553), Constantinopla III (680) y Nicea II (787). Las últimas afirmaciones doctrinales de la Iglesia ortodoxa, como por ejemplo los importantes conceptos que se acuñaron el siglo XIV con respecto a la comunión con Dios, son considerados sólo como el desarrollo de la fe original de la Iglesia primitiva.
La tradición
Una de las características de la ortodoxia es su preocupación por mantener una continuidad y una tradición. Pero esto no implica un culto al pasado, sino más bien un sentido de identidad y continuidad con los testimonios apostólicos originales, tal y como se realizaban a través de la comunidad sacramental de cada Iglesia local. El Espíritu Santo, cuya gracia se recibe en Pentecostés, se considera el guía de la Iglesia hacia "la verdad completa" (Jn. 16,13). Se concede la gracia para enseñar y para orientar a la comunidad a ciertos ministros (en especial a los obispos de cada diócesis) o se expresa a través de ciertas instituciones (como los concilios). Sin embargo, puesto que la Iglesia no está formada sólo por obispos o por clérigos, sino también por toda la comunidad laica, la Iglesia ortodoxa defiende la creencia de que "el pueblo de Dios" es el guardián de la fe.
Esta creencia de que la verdad es inseparable de la vida de la comunidad, ofrece las bases para el entendimiento estricto de la sucesión apostólica de los obispos. Consagrados por sus iguales y ocupando el lugar de Cristo en la cena de la Eucaristía, momento en el que se reúne la Iglesia, los obispos son los guardianes y testigos de una tradición que se remonta de forma ininterrumpida hasta los apóstoles y que unifica a las iglesias locales en la comunidad de la fe.
Cristo y María
Los concilios ecuménicos del primer milenio definían las doctrinas básicas del cristianismo sobre los pilares de la Trinidad, de la Persona única y de la doble naturaleza de Cristo y sus dos voluntades, expresando la autenticidad y plenitud de su divinidad y humanidad. Estas doctrinas están expuestas en forma inequívoca en todas las declaraciones de fe ortodoxa y en sus himnos litúrgicos. Por otro lado, y a la luz de esta doctrina tradicional, basada en la persona de Cristo, la Virgen María es venerada como madre de Dios. Sin embargo, el desarrollo futuro de la mariología y las doctrinas occidentales que se refieren a la Inmaculada Concepción de María, no son admitidas por la religión ortodoxa. Se invoca su intercesión porque ella era la persona más cercana al Salvador, y por lo tanto, puede interceder por toda la humanidad caída en pecado; así, se la considera una figura muy importante en la Iglesia ortodoxa, lo que se comprueba en las numerosas representaciones iconográficas de la Virgen.
Sacramentos
La iglesia ortodoxa acepta la doctrina de los siete sacramentos, a pesar de que nunca ha habido una autoridad final que haya limitado los sacramentos a este número. El sacramento más importante es el de la eucaristía; le siguen el bautismo, que se realiza por inmersión, la confirmación, que sigue al bautismo, y que se administra por la unción con el crisma, la penitencia, las Órdenes sagradas, el matrimonio, y la extremaunción. Algunos autores medievales incluyen otros sacramentos, como la tonsura monástica, el entierro y la bendición del agua.
Celibato
La legislación canónica ortodoxa permite que hombres casados sean sacerdotes. Sin embargo, los obispos son elegidos entre los sacerdotes célibes o viudos.
Prácticas religiosas
De acuerdo con una crónica medieval, cuando los representantes del príncipe ruso Vladimir visitaron la iglesia de Hagia Sophia (iglesia de santa Sofía) en Constantinopla en 988, no sabían si estaban "en el cielo o en la tierra". La acción más eficaz de la liturgia ortodoxa ha sido su papel de instrumento misionero y, a través de los siglos de dominio musulmán en el antiguo territorio bizantino, ha sido un instrumento de supervivencia religiosa. En su origen, la liturgia fue creada en lengua bizantina, y luego traducida a muchos idiomas; a pesar del tiempo, conserva aún formas y textos que datan de los primeros años de la Iglesia cristiana.




La liturgia
El rito eucarístico que se utiliza con más frecuencia es el atribuido a san Juan Crisóstomo. Existe otra liturgia eucarística que se celebra sólo 10 veces al año, creada por san Basilio de Cesárea. En ambos casos, la oración eucarística de la consagración culmina invocándose al Espíritu Santo (epiclesis) sobre el pan y el vino. Por eso se considera que el misterio central del cristianismo se realiza principalmente por medio del rezo en el templo y por la acción del Espíritu Santo, antes que por las "palabras institucionales" pronunciadas por Cristo y repetidas de forma emocionada por el sacerdote, como se hace en el cristianismo occidental.
Una de las principales características del culto ortodoxo es su gran riqueza de himnos, que van señalando los distintos ciclos litúrgicos (véase Liturgia). Estos ciclos, utilizados a veces en complicadas combinaciones, son: el ciclo diurno, con himnos de vísperas, completas, el rezo de medianoche, maitines y las cuatro horas canónicas; el ciclo pascual, en el que se incluye el periodo de Cuaresma, antes de Pascua (calendario), y los 50 días que separan la Pascua de Pentecostés, que se mantienen a través de todos los domingos del año. Por último el ciclo anual o santoral, que aporta los himnos para aquellas festividades que son inamovibles y para la celebración diaria de los santos. Este sistema litúrgico fue creado durante el periodo bizantino y ha seguido desarrollándose por medio de la inclusión de más himnos para honrar a los nuevos santos. Los dos últimos personajes que se han agregado al catálogo de santos ortodoxos son san Hernán y san Inocencio, dos antiguos misioneros de Alaska.
Los iconos
El arte religioso del cristianismo ortodoxo es una forma de confesión de fe a través de la representación pictórica y una vía para lograr tener una experiencia religiosa; se considera que este arte resulta inseparable de la tradición litúrgica. La función principal de las imágenes religiosas (iconos) —sin precedentes en otras tradiciones cristianas— fueron definidas al final del movimiento iconoclasta bizantino (843). Los iconoclastas se acogían a la prohibición del Antiguo Testamento de adorar imágenes grabadas y rechazaban los iconos por considerarlos ídolos. Por otro lado, los teólogos ortodoxos basaban sus argumentos en la específica doctrina de Cristo que se refiere a la encarnación: en efecto, Dios es, en su esencia, invisible e indescriptible, pero cuando el hijo de Dios se hizo hombre, de forma voluntaria asumió todas las características de la naturaleza creada, incluyendo el hecho de poder ser descrito. Por eso, las imágenes de Cristo como hombre confirman la encarnación de Dios. Considerando que la vida divina resplandece por medio de la humanidad de Cristo, resucitada y gloriosa, la función del artista consiste en lograr comunicar el verdadero misterio de la fe cristiana a través del arte. Además, puesto que los iconos representan a Cristo y a los santos, aportan un contacto personal directo con la persona santa en él representada, por lo que estas imágenes deben ser objeto de veneración (proskynesis), concepto diferente de culto (latreia) que es dirigido sólo a Dios. El triunfo de esta concepción teológica sobre la iconoclastia, consiguió que se expandiera muchísimo el uso de la iconografía dentro del mundo ortodoxo, y también significó una fuente de inspiración para grandes pintores, la mayoría de los cuales trabajaron en el anonimato; algunos de estos trabajos alcanzaron un gran valor tanto espiritual como artístico.
Monaquismo
La liturgia y, hasta cierto punto, el desarrollo artístico ortodoxo están relacionados en forma directa con la historia del monaquismo. El monaquismo cristiano se inició en Egipto, Palestina, Siria y Asia Menor y, durante siglos, fue un foco de atracción que congregó a la elite del cristianismo oriental. Basado en los tradicionales votos de castidad, obediencia y pobreza, fue tomando distintas formas, oscilando entre la disciplinada vida de los monasterios, como el de Stoudios, en Constantinopla, y el ascetismo eremítico e individual de los hesichastas (del griego hesychia, quietud). Hoy en día, la república monástica del monte Athos, en el norte de Grecia, habitada por más de 1.000 personas repartidas en 20 comunidades de monjes y ermitaños, constituye un testimonio de la permanencia del ideal monástico de la Iglesia ortodoxa.
Historia
Como la mayoría de los cristianos del Próximo Oriente que no hablaban griego rechazaron las conclusiones del concilio de Calcedonia (451), y también porque después del siglo VIII gran parte del área en donde había nacido el cristianismo estaba bajo el poder de los musulmanes, los patriarcas ortodoxos de Alejandría, Antioquía y Jerusalén pudieron mantener sólo la sombra de lo que había sido su antigua gloria y poder. Sin embargo, Constantinopla se mantuvo, durante casi toda la edad media, como el centro más importante de la cristiandad oriental. Los famosos misioneros bizantinos, san Cirilio y san Metodio (864), tradujeron las Escrituras y la liturgia al esloveno, por lo que muchas naciones eslavas pudieron convertirse al cristianismo ortodoxo. Los búlgaros, un pueblo de origen turco, lo hicieron en el 864, adoptando poco a poco la cultura eslava. Los rusos se convirtieron en el 988 y permanecieron bajo la legislación eclesiástica del patriarcado de Constantinopla hasta 1448. Los serbios recibieron su independencia eclesiástica en 1219.
Cisma
Cisma expresión utilizada para hacer referencia, tanto a la ruptura entre la iglesia oriental y occidental, fechada según la tradición en 1054, como al periodo entre 1378 y 1417 en la iglesia occidental en que dos (y luego tres) papas reclamaban al mismo tiempo su legitimidad. El término cisma significa cualquier separación formal e intencionada de la unidad de la Iglesia cristiana; a diferencia de la herejía, con la que se relaciona a menudo, no denota por sí misma desviaciones doctrinales.
Después del siglo IV, y cada cierto tiempo, surgían situaciones de tensión entre Constantinopla y Roma. Después de la caída del Imperio de Occidente por la presión de los bárbaros en el 476, el Papa pasó a ser el único guardián del universalismo cristiano de Occidente. Comenzó, de forma más explícita, a proclamar la primacía de Roma, por haber sido el lugar donde fue martirizado y enterrado san Pedro, a quien Jesús se había referido como la "roca" sobre la que debía construirse la Iglesia (Mt. 16,18). Los cristianos de Oriente respetaban aquella tradición y al obispo de Roma le reconocían una cierta autoridad doctrinal y moral. Sin embargo, consideraban que los derechos canónicos y privados de las diversas iglesias estaban determinados ya, por encima de cualquier consideración histórica. De este modo, el patriarcado de Constantinopla comprendió que su posición estaba determinada por el hecho de ser el lugar de asentamiento del emperador y del Senado, herederos del Imperio romano en su totalidad.
Las dos interpretaciones de la palabra primacía —"apostólica" en Occidente y "pragmática" en Oriente— coexistieron durante muchos siglos, evitando las posibles tensiones de un modo conciliatorio. Sin embargo, los conflictos posteriores las llevaron a un cisma permanente. En el siglo VII en el reino visigodo de la península Ibérica, en el credo aceptado con carácter universal se interpoló la palabre latina filioque, que significa "y del hijo", interpretando el credo así: "Creo… en el Espíritu Santo… que viene del Padre y del Hijo". En Europa, la interpolación, que en principio fue rechazada por los papas, fue aceptada por Carlomagno (coronado emperador en el 800) y por sus sucesores. Más adelante, también fue aceptada en Roma (hacia el año 1014). Sin embargo, la Iglesia oriental consideraba que esta interpolación era una herejía. Además, hubo otros asuntos que también provocaron controversia, por ejemplo, el hecho de ordenar sacerdotes a hombres casados, y el uso de pan sin levadura para la eucaristía. Estos conflictos, considerados menores, eran irresolubles porque ambas partes se hallaban en posiciones contrapuestas sin remisión. El papado se consideraba a sí mismo el tribunal supremo en asuntos de fe y de disciplina, mientras que el cristianismo oriental se aferraba a la autoridad de los concilios, para quienes existía una igualdad entre las iglesias locales.
Se considera que los anatemas que fueron intercambiados en Constantinopla en 1054 entre el patriarca Miguel Cerulario y los legados papales, marcaron el inicio definitivo del cisma. Sin embargo, la ruptura fue, en realidad, un distanciamiento paulatino, que comenzó entonces y culminó con el saqueo de Constantinopla realizado por los ejércitos de los cruzados occidentales en 1204.
A finales del periodo medieval hubo varios intentos de reconciliación, siendo los más importantes las reuniones celebradas en Lyon (1274) y en Florencia (1438-1439), pero ambas fracasaron. Las peticiones pontificias para ejercer la supremacía máxima en el mundo cristiano, no eran conciliables con los principios autonomistas de los ortodoxos, agravándose aún más estas diferencias religiosas por culpa de malos entendidos culturales y políticos.
Después de la conquista de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453, éstos reconocieron al patriarca de aquella ciudad como portavoz o representante, tanto religioso como político, de toda la población cristiana del Imperio turco. A pesar de que el patriarcado de Constantinopla siguió manteniendo su primacía honorífica dentro de la Iglesia ortodoxa, en el siglo XIX acabó su papel ecuménico. Tal acontecimiento se produjo cuando el pueblo ortodoxo fue liberado de las leyes turcas y, a partir de 1833 surgieron una serie de iglesias autónomas, como las de Rumania (1864), Bulgaria (1871) y Serbia (1879).
La Iglesia ortodoxa rusa declaró su independencia de Constantinopla en 1448. En 1589 se estableció el patriarcado de Moscú, siendo reconocido de forma oficial por el patriarca Jeremías II de Constantinopla. Tanto para la Iglesia rusa como para los zares, Moscú se había transformado en la "tercera Roma", heredera de la supremacía imperial de las antiguas Roma y Bizancio. Pero el patriarcado de Moscú casi nunca tuvo la autonomía que alcanzó el patriarcado de Constantinopla durante el Imperio bizantino. Salvo el breve periodo, a mediados del siglo XVII, en el que el patriarca Nikon estuvo al frente de la Iglesia ortodoxa rusa, los patriarcas de Moscú y la Iglesia rusa estuvieron bajo el control absoluto de los zares. En 1721, el zar Pedro el Grande abolió el patriarcado, y a partir de esa fecha, la Iglesia fue gobernada por la administración imperial. El patriarcado fue restablecido en 1917, durante la Revolución Rusa, pero luego fue perseguido por el Gobierno comunista. A medida que el régimen soviético fue haciéndose menos represivo, hasta su caída en 1991, la Iglesia fue dando señales de una vitalidad renovada. (La Iglesia ortodoxa en Europa del Este tuvo una historia similar, pues había tenido que sufrir, después de la II Guerra Mundial, la represión de los regímenes comunistas. Su situación mejoró a finales de la década de 1980).
Relaciones con otras iglesias
La Iglesia ortodoxa siempre se ha considerado a sí misma como la continuación orgánica de la comunidad apostólica y como el sostén de una fe que continúa el mensaje apostólico. Sin embargo, a través de los siglos, los ortodoxos han ido adoptando diferentes posturas con respecto a otras iglesias. En ciertas áreas de confrontación, como las islas griegas durante el siglo XVII, o en Ucrania, también durante ese mismo periodo, las autoridades que defendían la ortodoxia, como reacción contra el activo proselitismo occidental, declararon inválidos sus sacramentos y exigieron que fueran rebautizados los miembros de las comunidades católicas o protestantes. Incluso hoy en día, dentro de ciertos círculos en Grecia, aún prevalece esta misma actitud de rigidez. Sin embargo, la corriente principal del pensamiento ortodoxo ha ido adoptando una actitud positiva con respecto al movimiento ecuménico moderno. Rechazando siempre el relativismo doctrinal y sosteniendo que la meta del ecumenismo representa la total unidad de la fe, las iglesias ortodoxas han sido miembros del Consejo Mundial de las Iglesias desde 1948. Antes de conseguir la unidad total, los ortodoxos piensan que es preciso profundizar en una cooperación real entre las iglesias, sin abordar todavía algunos temas doctrinales espinosos.
La mayoría protestante en el Consejo Mundial de las Iglesias, en ocasiones ha manifestado su incomodidad por la participación ortodoxa en este organismo. La postura ecuménica que asumió la Iglesia católica durante el papado de Juan XXIII (postura postconciliar) ha sido muy bien recibida por la jerarquía ortodoxa, y ha conseguido que se entablen relaciones nuevas y más amistosas entre ambas iglesias. Hubo representantes de los ortodoxos en las sesiones del Concilio Vaticano II (1962-1965), y se realizaron asimismo diversas reuniones entre los papas Pablo VI y Juan Pablo II por un lado, y los patriarcas Atenágoras y Demetrios por otro. Se produjo un gesto que simbolizaba ese acercamiento cuando los anatemas de 1054 fueron levantados por ambas partes (1965). Las dos iglesias crearon una comisión mixta para que hubiera un diálogo entre ellas. Los dos grupos de representantes se reunieron al menos once veces entre 1966 y 1981 para discutir sus diferencias con respecto a la doctrina y a las prácticas religiosas. El mayor obstáculo para la reconciliación es la exigencia del Papado a acatar su autoridad suprema y la infalibilidad del Papa.

Cisma de la iglesia oriental y occidental
 La separación de las iglesias oriental y occidental tiene profundas raíces culturales y políticas y tuvo una evolución que duró muchos siglos. Mientras la cultura occidental se transformaba, por ejemplo, por la influencia de pueblos germánicos, la oriental mantuvo una tradición intacta de la cristiandad helenística. Aunque respetuosa con las prerrogativas de Roma como la capital original del Imperio, la Iglesia de Constantinopla no apoyaba algunas de las exigencias jurisdiccionales de los papas, exigencias renovadas con vigor y amplificadas durante el pontificado de León IX (1048-1054) y sus sucesores. Oriente, a su vez, se opuso al cesaropapismo (subordinación de la Iglesia a un gobierno secular) que caracterizaba a la Iglesia romana.
Cuando  Miguel Cerulario se convirtió en patriarca de Constantinopla en 1043, inició una ácida campaña contra las iglesias latinas de su propia ciudad para terminar clausurándolas. Sus ataques fueron dirigidos contra aspectos como el uso del pan ácimo por los latinos. Sólo más tarde se descubrió la discrepancia de creencias entre las dos iglesias con respecto a la procesión del Espíritu Santo y la controversia filioque, un tema divisorio que sería de gran importancia en siglos venideros.
El cardenal Humberto de Silva Candida, enviado a Contantinopla desde Roma en 1054 para tratar el problema, resultó tan intolerante como Cerulario y concluyó su visita excomulgando al Patriarca y a sus partidarios lo que fue interpretado como la excomunión de la totalidad de la Iglesia griega. Al cabo de unos días, el patriarca y su sínodo respondieron con la misma moneda. Acontecimientos posteriores como el trágico saqueo de Constantinopla durante la cuarta Cruzada (1204) confirmaron la escisión; los esfuerzos para restablecer la unidad nunca tuvieron éxito. El 7 de diciembre de 1965 las mutuas excomuniones fueron anuladas por el papa Pablo VI y por el patriarca Athenágoras I, como parte de un gran esfuerzo por acercar a las dos iglesias.
Cerulario, Miguel (c.1000-1059), patriarca (1043-1057) de Constantinopla cuando se produjo el cisma de 1054 que separó la Iglesia ortodoxa oriental de la Iglesia católica occidental. El emperador bizantino Constantino IX, con quien conspiró para derrocar al anterior emperador, Miguel IV, lo nombró patriarca en 1043, tres años después de hacerse monje. Fue un enemigo declarado de la Iglesia latina, que negó el derecho de Roma a reclamar la primacía sobre toda la cristiandad. Excomulgado en 1054 junto a toda la Iglesia oriental, Cerulario respondió rechazando el primado del Papa y escribiendo una encíclica en defensa de la independencia de la Iglesia bizantina en un plano de igualdad con la occidental. También afirmó la primacía de la Iglesia sobre el Estado, juicio que provocó su destitución y condena al exilio por el emperador bizantino Isaac I Comneno.
Patriarca, título eclesiástico, que data del siglo VI, concedido a los obispos de las cinco mayores sedes episcopales de la Iglesia cristiana: Roma, Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Jerusalén. Un patriarca ordena y ejerce en su jurisdicción sobre los metropolitanos, obispos de sedes menores emplazadas en sus dominios. El concilio de Nicea (325) reconoció a tres obispos con dichos poderes, los de Roma en occidente y los de Alejandría y Antioquía en oriente. En el año 381 se consideró que el obispo de Constantinopla ocupaba una posición similar en la jerarquía cristiana, y se admitió al obispo de Jerusalén en el concilio de Calcedonia en el 451. El título de patriarca no fue utilizado de modo oficial por estos obispos hasta la época de Justiniano.
En la actualidad, las iglesias ortodoxas tienen nueve patriarcas, cada uno con una jurisdicción territorial, y son elegidos por los obispos de sus respectivos patriarcados. Se ha dado primacía honoraria en la jerarquía eclesiástica al patriarca de Constantinopla, conocido como patriarca ecuménico. Cada uno de los siete patriarcas católicos orientales dirige a los miembros de un rito específico y es elegido por los obispos de ese rito. El Papa es llamado Patriarca de occidente.